En el cielo gris navego
entre su insondable holgura,
no vislumbro mi estrella
ni mi diana en su espesura,
Una manta de algodones
me envuelve entre sus manojos,
y en su densidad me lleva
en este espacio de abrojos.
Que me traigan los consuelos
invoco a los querubines,
no más dolor en mis venas
ni más hiedra en mis jardines.
Que se pierda en su blancura
y en el cristal de sus lluvias
mis penas y la amargura
en el albor de su luna.
La vida no merma tiempo
para que mi aflicción se estanque
el abismo no da espacio
para que mi pena se estanque.
Un frío congela mi alma
en el aire y la tiniebla
tantos temores me azotan
que hasta la médula tiembla.
Se ciñe en la entraña
un duro espaldar de espinas,
y mis penas entre aceros
me empantanan mis retinas.
Laura Gil
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