viernes, 12 de junio de 2015

ARBOLEDA




La divinidad ha unido nuestras vidas, nos ha entregado en la comunión de nuestras almas, las ha ungido con el aceite sagrado del amor, por ello amado mío vengo hoy consagrada a entregarme a ti.

Desde que arribaste a mi vida en aquella tarde crepuscular cuando seguías mis pasos sin darme cuenta, te ensamblaste en mi tierra y me ofrendaste los minerales de tu esencia y creció a nuestros pies una arboleda tan inmensa como el ocaso, que nos proveyó de la sombra en el tapiz de su eclipse, fuimos felices bajo su crepúsculo y encima de sus alboradas, desde donde nos mirábamos el uno al otro, como dos niños jugando, nos juramos amor tatuándolo en su corteza.

Fue nuestro oasis de ensueños, nuestro refugio silvestre donde departíamos horas enteras hablando de nuestros versos, de nuestras alabanzas de amor, me entregabas tus palabras armoniosas mientras te entregaba mis suspiros intocables, creíamos que sería eterna la suerte de tenernos.

Pero olvidábamos que la suerte no filtra al destino y que las adversidades merodean en las aristas del alma y se engendran como demonios silentes, para detonar sus morteros cuando menos se espera.

Pero el amor es más fuerte y subyuga al mal y lo reduce hasta exterminar su toxina, solo es cuestión de tiempo, como bien lo hemos dicho, tendremos toda una eternidad para amarnos, para adorarnos en la inmensidad de su acogida.

Laura Gil







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