miércoles, 10 de junio de 2015

CADA DÍA





Eres fuente inagotable del férvido amor, tienes siempre algo insospechado para entregarme y mis pulsaciones se aceleran.

He meditado mucho sobre esta situación y he llegado a la conclusión de que ya no hay nada que hacer, estoy inmersa en la dimensión insondable de las almas amantes, desde donde nos abrigamos en la esquina del sigilo, para amarnos en las alboradas de los sueños.

En el ahínco de esta noche llegan a mí, los capiteles del éxtasis donde se despeñan mis abrojos, una luz se despunta por una rendija de la fisura de tu alma y me permite husmear dentro de ti y observo esos anhelos escondidos que callas en las mortajas del silencio.

Me aturden las membranas sensitivas del enigma y todo se ensombrece entre las huellas táctiles de las contrariedades y una sensación gélida baña mi cuerpo y temo que no vuelva a calentarse mi sangre.

Mis sentidos han entrado en un estado letárgico de intranquilidad, pero aun así veo palpitantes mis ilusiones, me apoyo en tu recuerdo, en su sonrisa dulce, en esa mirada tímida, en esa inocencia que guardas entre los resquicios de tus pupilas, tan profundas, tan llenas del destino.

Eres mi nave, donde navegan las trenzas de los misterios y los riscos de las quimeras que soportan los entusiasmos el día y la noche, aquellos que tienen hambre de felicidad, donde viajan los consuelos de la vida que se perfila en un sin número de contrariedades.

Cuando el amor toca las puertas del edén de las bondades, todo se vuelca entre lo posible y lo imposible y nacen los amores pulcros.

En ese viaje, arribo a una tierra inhóspita, a la tierra de las almas vírgenes, un continente jamás pisado por colonos convencionales, posible en la dimensión del alma, donde existe la gran dicha de navegar en sus aguas y desembarcar en sus playas para dormir en sus arenas. 


Laura Gil



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