¡Qué jubilo era tenerte!
en las incandescencias
de mis esmeradas pupilas,
en los días de primavera
en la madrugada primera,
en que te vi y te amé
sin recato en mi alameda.
Entonces fuiste mi príncipe
mi eterno enamorado
el dueño de mis desvelos en verano,
mi sueño y prisionero
el incasable luchador de mis desvelos
mi motivo en esta espera
que de soledad llovía.
Laura Gil